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Ciudad de México bajo el agua

El pasado domingo 31 de agosto, la Ciudad de México volvió a vivir una de sus escenas más recurrentes y preocupantes: lluvias intensas que derivaron en inundaciones súbitas en vialidades clave como Insurgentes Sur, Periférico y Avenida Universidad. Colonias enteras en Álvaro Obregón y Coyoacán quedaron anegadas en cuestión de minutos, mientras el río San Ángel se desbordaba en varias zonas.

Aunque en los titulares se habla de una “tormenta atípica”, lo cierto es que este tipo de fenómenos se repiten cada temporada de lluvias. La pregunta clave es: ¿por qué la ciudad no logra absorber el agua?

La Ciudad de México es hoy una de las urbes con mayor superficie sellada de América Latina. Concreto, asfalto y azoteas ocupan más del 80% de muchas colonias, reduciendo al mínimo la posibilidad de infiltración del agua de lluvia.

Lo que antes eran jardines, parcelas o suelos porosos que retenían escurrimientos, hoy son estacionamientos, vialidades y banquetas endurecidas. El resultado es simple: cada gota que cae se convierte en escorrentía superficial que debe canalizarse a través del drenaje. Y este sistema, diseñado hace décadas para lluvias menos intensas y menos población, se satura rápidamente.

La situación se agrava por lo que ocurre en el suelo de conservación, al sur y poniente de la capital. Zonas como Santa Fe, Las Águilas, Magdalena Contreras y el Desierto de los Leones fueron históricamente bosques y barrancas capaces de captar agua, retenerla en suelos volcánicos porosos y alimentar los mantos freáticos.

Hoy, en cambio, buena parte de estas laderas están cubiertas por fraccionamientos cerrados, centros comerciales y vialidades. El resultado es que, cuando llueve fuerte, el agua baja con enorme velocidad hacia las zonas bajas de la ciudad, sin haber sido absorbida ni filtrada. En términos hidrológicos, se trata de un efecto cascada que multiplica la vulnerabilidad urbana.

El círculo vicioso de la inundación

La combinación de montañas urbanizadas y colonias impermeables genera un círculo perverso:

  • En la cima, se pierde capacidad de captación por la deforestación y la urbanización.

  • En el descenso, los cauces naturales como el río San Ángel son canalizados, entubados o rodeados de vialidades.

  • En el valle, las colonias consolidadas carecen de áreas verdes e infraestructura para infiltrar.

  • El agua se acumula rápidamente y provoca inundaciones que ponen en riesgo tanto la movilidad como la seguridad de miles de habitantes.

¿Qué se puede hacer?

La solución no pasa únicamente por construir más drenajes o emisores. La experiencia internacional muestra que se necesita una infraestructura híbrida que combine lo gris con lo verde:

  • Parques infiltrantes y humedales urbanos en zonas bajas.

  • Restauración de barrancas y recuperación de corredores biológicos en las laderas.

  • Azoteas y pavimentos permeables en áreas consolidadas.

  • Cisternas pluviales comunitarias para captar y reutilizar agua de lluvia.

Propuesta de calles verdes para la CDMX

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Más que reaccionar a cada tormenta con bombas y vehículos hidroneumáticos, la ciudad necesita un cambio de paradigma: dejar de ver el agua de lluvia como un problema y empezar a tratarla como un recurso.

Las inundaciones del domingo no son una casualidad, sino el síntoma de un modelo urbano que apostó por construir sobre las montañas y sellar los suelos del valle, debilitando los mecanismos naturales de regulación.

Mientras no se recupere la permeabilidad perdida y se respete el papel ecológico del suelo de conservación, cada temporada de lluvias traerá consigo la misma historia: una ciudad que, paradójicamente, se ahoga en su propia agua.

Gustavo Madrid Vazquez