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Ciudad de México: la urgencia de diversificar sus fuentes de energía

La Ciudad de México es una de las metrópolis más grandes de América y, por décadas, del mundo entero. Una ciudad que palpita con intensidad, pero también enfrenta enormes retos urbanos, sociales y ambientales. Entre los problemas menos visibles, pero con mayor impacto, se encuentra la dependencia casi absoluta de dos fuentes energéticas: la electricidad y el gas LP.

La realidad es sencilla pero preocupante: alrededor del 80% de los hogares dependen del gas LP para cocinar o calentar agua, mientras que la electricidad, indispensable para todo lo demás, proviene en gran medida de una red nacional todavía dominada por combustibles fósiles. En caso de una crisis de suministro, un aumento abrupto de precios o un accidente en la cadena de distribución, millones de familias quedarían sin alternativas viables.

Esta situación no solo limita la resiliencia de la ciudad, también bloquea la transición energética que el siglo XXI exige. Mientras capitales europeas como Copenhague, Berlín o Ámsterdam avanzan hacia redes distritales, sistemas inteligentes de energía o la masificación de bombas de calor y renovables, la Ciudad de México sigue anclada a un modelo binario y vulnerable.

La solución no pasa únicamente por ampliar las redes de gas natural —que en su momento se plantearon como alternativa—, sino por abrir un giro estratégico hacia la diversificación de fuentes. Esto implica entre otras cosas:

  1. Aprovechar el potencial solar: La capital cuenta con altos niveles de radiación solar que podrían convertir a los techos de casas, edificios y equipamientos públicos en plantas fotovoltaicas distribuidas, reduciendo la presión sobre la red eléctrica.

  2. Impulsar el biogás y el aprovechamiento de residuos: Los desechos orgánicos de mercados, tiraderos y plantas de tratamiento pueden transformarse en energía limpia y local.

  3. Desarrollar microredes comunitarias: Colonias y barrios podrían gestionar su propia generación y almacenamiento eléctrico, integrando paneles solares, baterías y tecnologías inteligentes que hagan a cada comunidad más autónoma.

  4. Fomentar tecnologías emergentes en el hogar: Bombas de calor, calentadores solares de agua, techos verdes con integración energética, e incluso pequeños sistemas eólicos urbanos podrían diversificar las opciones disponibles.

  5. Transporte público sostenible: La movilidad en la ciudad es uno de los grandes consumidores de energía fósil. La transición debe apostar a un transporte público con electrificación masiva (trolebuses, metrobuses eléctricos, metro renovado) y a la introducción de celdas de hidrógeno en autobuses y camiones de largo recorrido. Estas tecnologías no solo reducirían emisiones, sino que diversificarían la matriz energética urbana al vincular la movilidad con energías limpias.

  6. Crear un marco de incentivos claros: Subvenciones, créditos blandos y programas de apoyo a hogares y transportistas de bajos ingresos son indispensables para que la transición no sea solo para las élites.

Diversificar las fuentes de energía de la Ciudad de México no es un lujo futurista, sino una necesidad de seguridad, equidad y sostenibilidad. La capital necesita abrir un nuevo capítulo energético que permita a sus habitantes vivir con mayor certeza frente a crisis de suministro, con menores riesgos de accidentes y con un horizonte más limpio y habitable.

La energía no puede seguir siendo un tema invisible. Es momento de que la Ciudad de México apueste por una estrategia plural y descentralizada, capaz de transformar la fragilidad en resiliencia y la dependencia en libertad.

Gustavo Madrid Vazquez